Eduardo
Nava Hernández
REBELIÓN
La
caravana migrante va. Originada en Honduras, uno de los países más pobres, más
olvidados y más saqueados de Nuestra América, incluye en su contingente también
a salvadoreños, guatemaltecos y, desde su ingreso a territorio mexicano, a
algunos de nuestros connacionales que se les han unido en Chiapas y que
intentarán vencer las barreras fronterizas que amenaza el gobierno
estadounidense con ponerles para impedir su entrada a la Unión Americana, así
como lograron sortear las que el gobierno mexicano les montó en la frontera con
Guatemala.
Con
pocas pertenencias, a pie o en algunos tramos en vehículos de carga, unos
cientos de hombres, mujeres, niños y adolescentes salieron de San Pedro Sula el
13 de octubre con la voluntad de llegar a la frontera entre México y los
Estados Unidos, impulsados, como ellos mismos lo proclaman, por el hambre y la
muerte. Esos cientos han ido creciendo hasta ser, según las estimaciones de
distintos observadores periodísticos y sociales cinco mil, siete mil o más, con
fuerza para derribar las vallas fronterizas, enfrentar a la Policía Federal en
Chiapas, y avanzar en el territorio mexicano.
Algunos,
es cierto, han decidido regresar a su país o se han acogido a los ofrecimientos
del gobierno mexicano de otorgarles visas de refugiados si realizan los
trámites; pero la columna se ha acrecentado en el trayecto con miles que
continúan su marcha hacia el norte a través de Chiapas y esperan atravesar el
resto de nuestro territorio.
Honduras
es un país de más de nueve millones de habitantes, 69 por ciento de los cuales
viven en condiciones de pobreza, dedicados a la agricultura, el comercio o las
actividades informales, dada la carencia de industrias y de fuentes de empleo.
Presenta Honduras la infernal tasa de
homicidios de 43 por cada 100 mil habitantes, por lo que es considerado como
uno de los países más violentos del mundo, y en particular San Pedro Sula una
tasa de 142 por 100 mil habitantes, lo que la hace la ciudad más violenta del
mundo (L. Hernández Navarro, “El nuevo éxodo hondureño”, La Jornada, 23 oct.
2018). El narcotráfico y el pandillerismo han asentado sus reales en esa
nación, como en Guatemala y El Salvador. Que los migrantes masivos digan hoy
que sus promotores son la muerte y el hambre no es, por ello, ninguna metáfora.
Pero
Honduras, con su atraso económico a cuestas, ha vivido en años recientes dos
conflictivos procesos políticos, siempre conducidos por la mano invisible —o no
tan invisible— del gobierno de los Estados Unidos.
El primero, el derrocamiento
en 2009 del presidente constitucional Manuel Zelaya por el Ejército y la
instalación de un gobernante ilegítimo, con lo que la inteligencia
estadounidense inició su combate contra los regímenes progresistas de Nuestra
América, que siguieron con el golpe blando contra Fernando Lugo en Paraguay, el
cerco económico y político al régimen venezolano, el apoyo a Mauricio Macri en
la Argentina, la defenestración parlamentaria con infundios de Dilma Rousseff y
el encarcelamiento bajo cargos falsos a Luiz Inacio Lula Da Silva en el Brasil.
En este último país, es casi inminente el arribo de un nuevo gobierno
fascistoide y semidictatorial (o pseudodemocrático: surgido de las urnas, pero
que operará como una dictadura militar).
El
segundo episodio fue el fraude electoral y la reelección anticonstitucional del
presidente Juan Orlando Hernández a finales de 2017, siempre con apoyo del
Departamento de Estado, y cuya imposición costó al país 33 muertes en las
protestas callejeras. La caravana es hija, también, del fraude y de un régimen antipopular
que reprime con violencia las expresiones de resistencia social u oposición
política.
En
México, particularmente en Chiapas, trabajan desde hace mucho miles de
hondureños y centroamericanos que levantan las cosechas de café y hacen otras
faenas agrícolas. Ahora se han estado uniendo también a la caravana y esperan
llegar a la frontera norte. Quizá no pocos mexicanos lo hagan también.
El
también llamado éxodo centroamericano ocurre en medio del proceso electoral en
los Estados Unidos, que en los sondeos se presenta hasta ahora adverso al
presidente Trump y a su partido.
Mostrar a la columna de migrantes como una
amenaza que se dirige a las puertas del imperio, y en la que van delincuentes,
terroristas, narcotraficantes y hasta islámicos es, desde luego un recurso
electoral para los republicanos que podrían perder la Cámara de Representantes
y su mayoría en la de Senadores ante el Partido Demócrata en las elecciones del
próximo 6 de noviembre. Pero son argumentos desatinados y no probados, al igual
que culpar a los legisladores demócratas de promover la migración masiva o de
ser demasiado permisivos por no aprobar leyes más duras contra los migrantes.
Si
el partido en la Presidencia pierde su mayoría en las cámaras será sólo por los
errores y desatinos del presidente mismo y el incumplimiento de muchos de sus
compromisos de campaña.
Pero
la coyuntura comicial estadounidense no alcanza a explicar la movilización de
los parias centroamericanos hacia el norte. El mismo Trump, antes que realizar
una demostración de fuerza en su propia frontera sur —que le sería más
conveniente para efectos electorales—, ha presionado a los gobiernos de
Honduras, Guatemala y México para que sean éstos los que atajen a los
migrantes. Para eso envió a México a Mike Pompeo, su secretario de Estado, a
entrevistarse con el presidente Peña, el canciller Videgaray y el futuro
secretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard. Por eso, en un acto de
indigno sometimiento al imperio, el gobierno mexicano envió a la Policía Federal
a la frontera con Guatemala.
Y por eso el mismo Donald Trump no pudo contener
su ira al amenazar en sus acostumbrados tuits al gobierno hondureño y al
guatemalteco con retirarles apoyos económicos. Es el emperador disciplinando a
sus vasallos.
La
diferencia entre la migración tradicional, realizada individualmente o en
pequeños grupos —para protegerse, cuando es posible, de los ataques de la
delincuencia organizada en el territorio mexicano— y la caravana masiva de San
Pedro Sula da cuenta de hechos importantes. Es un grito de hastío con la
miseria y la violencia que el Imperio mismo ha propiciado con el saqueo y con
su imparable consumo de estupefacientes, y de defensa del derecho a buscar la
felicidad, plasmado en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos
por los Padres Fundadores de esa nación. Como las potencias coloniales, el
imperio estadounidense no quiere hacerse cargo de las consecuencias
antisociales de su dominación sobre otros pueblos. Son éstas las que ahora se
le revierten.
En
su búsqueda de la felicidad los hondureños y centroamericanos han decidido
salir a la luz pública y expresarse como un movimiento social. Cito al
sociólogo marxista alemán Claus Offe, quien caracteriza a los nuevos
movimientos sociales por tres de sus rasgos más notables: “a) el aumento de
ideologías y de actitudes ‘participativas’ que llevan a la gente a servirse
cada vez más del repertorio de los derechos democráticos existentes. b) El uso
creciente de formas no institucionales o no convencionales de participación
política, tales como protestas, manifestaciones huelgas salvajes. Y c) las
exigencias políticas y los conflictos políticos relacionados con cuestiones que
se solían considerar temas morales (el aborto) o temas económicos (p. ej. la
humanización del trabajo) más que estrictamente políticos”.
Como
todos los movimientos sociales auténticos, el éxodo centroamericano busca
visibilizar una situación de injusticia, anteponer derechos frente a ésta y
ganar adeptos y simpatías en el medio social. Ése es su desafío a las
estructuras jurídicas y de opresión prevalecientes. La fuerza moral y la
numérica son también sus argumentos.
Por eso polarizan a los factores formales
e informales de poder y a la parte de la opinión pública que se pliega a éstos.
La aplicación de leyes hechas para mantener las estructuras dominantes y de
dominación, y la despolitización de los conflictos económicos son los recursos
que en nuestros tiempos utilizan los poderes reales para frenar la insurgencia
de los sectores más damnificados por el capital ultraliberal. El racismo, la
xenofobia y la aporofobia, o terror y rechazo a los pobres, son sus expresiones
ideológicas.
La
única posición digna y social ante el parafascismo de Donald Trump y sus
semejantes, así como ante la sumisión del gobierno de Enrique Peña Nieto es la
defensa de los derechos humanos, el apoyo ético y material a los desvalidos y
la lucha por un cambio moral de la sociedad que progresivamente vaya abriendo
espacios desde abajo a la inclusión y a la vida, no a la opresión y a la
muerte.
Eduardo
Nava Hernández. Politólogo – UMSNH
Fuente:
http://www.cambiodemichoacan.com.mx/columna-nc48047
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